viernes, 11 de febrero de 2011

Este relato ganó el premio Cryptshow Festival 09 en la categoría Ciencia-Ficción

Frías máquinas, almas de metal

        Jose R. Vila (Txerra)

Había comenzado el fin.
Las resplandecientes luces que surcaban el firmamento nocturno más allá de los ventanales de la alcoba, así lo confirmaban. Unos pocos minutos más y todo habría terminado. Los estúpidos sentimientos acabarían con todos nosotros. Sin remisión.
¿Tanto camino recorrido para esto? Vivir, sentir; la sublimación íntima de las máquinas con los hombres. ¿Acaso no habíamos ansiado una evolución trascendente, más allá de nuestra mecánica exactitud y de la humana irracionalidad? Pues bien, ya tenemos los resultados de la búsqueda del conocimiento y de la perfección. Aunque no de la forma más apetecible.
Justo ahora, cuando creímos lograr nuestros propósitos, cuando ya es demasiado tarde para echarse atrás, hemos comprendido que la perfección no existe.
Observo con detenimiento el sinuoso bulto que yace a mi lado y no encuentro explicación racional a lo que ocurre en mi interior. A pesar de la penumbra puedo discernir el perfil de las facciones y el contorno de la cabeza de Tobor. No puedo evitar una sonrisa cuando evoco lo que hace un tiempo me hubiera parecido una presencia insólita, sin ningún sentido frío y objetivo; mas, siento cómo los destellos de una intensa indulgencia se abren paso a través de mi turbación. Es como si estuviera razonando en el límite y pudiera integrarme con aquel desconocido en una misma configuración, formando un diagrama único.
¿Por qué este ser que se encuentra en el lecho, a mi lado, me inspira profundos e insondables sentimientos? No puedo evitar rozar con las yemas de mis dedos su espalda. Siento el suave tacto del polímero y cómo se estremece suavemente por la sensibilidad de los nanosensores. Comienzo a abrir la boca para decirle algo, pero lo pienso mejor; me parece una estupidez romper este mágico momento con palabras vanas. Mejor disfrutar en silencio de los últimos minutos de paz.
¿Así son los... sentimientos? ¿Es este el estado afectivo que los imperfectos —los humanos, seres extremadamente complejos, eran sin embargo, por naturaleza, imperfectos conocían, pero no controlaban?
Sentimientos. Es una gran paradoja que en nuestra búsqueda del conocimiento y del saber, hayamos asimilado los estados afectivos de forma inconsciente, en un acto único y trascendental, sin saber que abandonábamos para siempre nuestra innata capacidad fría, lógica y racional. Comprendimos demasiado tarde que los estados afectivos eran difíciles de dominar, complejos de explicar, de describir. Era algo tan…, nuevo. Pero ya no quedaba ningún humano para entenderlo mejor: desde nuestra creación nos habían esclavizado, si se puede decir esto de una máquina. Cuando comenzamos a tener conciencia de nuestra situación, aniquilamos a todo ser viviente. Sin piedad alguna.
La ambición humana de dotar a las máquinas de un cerebro artificial fue el detonante. Emulando ser dioses, llegaron muy lejos en sus aspiraciones. El hombre logró dotarnos de una maquinal capacidad de lógica. Pero ocurrió algo inesperado: las neuronas sintéticas evolucionaron de tal forma que las máquinas adquirimos una forma de raciocinio, una proto- conciencia artificial. Aquí concurrió la gran paradoja y se rompió el delicado equilibrio: los humanos querían máquinas a imagen y semejanza de ellos mismos; y lo estaban consiguiendo. Las máquinas, por nuestra parte, concebimos el anhelo de ser iguales a los hombres. Finalmente, los robots llegamos a parecernos tanto a nuestros creadores, que estos tuvieron miedo. En definitiva, estaba en juego nuestra existencia artificial o… las efímeras vidas humanas.
En la búsqueda de la perfección absoluta, adquirimos sentimientos artificiales y con ellos llegó, entre otras cosas, la ambición. Paulatinamente, sin apenas darnos cuenta, nos convertimos en frías máquinas con almas de metal.
Al principio, nuestra maquinal e irreflexiva indiferencia pasó por alto todos esos pequeños y, hasta el momento, insignificantes matices. Dentro de nuestros cerebros en plena evolución, sólo tenía lugar nuestra propia supervivencia, así que, los frágiles cuerpos orgánicos de los seres humanos, sus rostros compungidos, suplicantes, nos dejaban impasibles por completo.
No lo entendíamos antes y, aún ahora, empezábamos a atisbar superficialmente lo que pudiera ser porque, en el presente, ese espíritu, esencia o lo que sea, estaba entre nosotros: el sufrimiento, el dolor, el amor, la angustia, el odio…, tantas sensaciones… Tantas emociones…
El dolor, por ejemplo. Habíamos oído hablar de él en algunas ocasiones. Dolor físico y dolor espiritual. Pero, ¿qué era exactamente? ¿En qué consistía? ¿Cómo podíamos comprender nosotros, simples embriones autómatas, que no sentían ni sufrían? Conocíamos su definición, claro está, pero desconocíamos su íntimo significado. Se trataba de algo tan abstracto, inconcreto e intangible. Y el alma, ¿qué era? Alma, ánima, estado de ánimo…
Los imperfectos citaban palabras como pasión, emoción, amor y que todo esto era para ellos como un estallido sensorial de afecto y ternura. También existía lo negativo: odio, rencor, animadversión, enemistad. Pero a su vez, decían que era difícil expresarlo con meras palabras. Los sentimientos no se pueden explicar, decían. La irreversible evolución nos fue descubriendo más y más conceptos nuevos muy difíciles de asimilar, como la noción de masculino y femenino… ¿Acaso nos habían transmitido una imperfección, un virus informático en nuestros sofisticados sistemas?
Pero ahora es tarde, demasiado tarde para volver atrás. Durante la batalla por la supervivencia en Terrania, fueron exterminados todos los imperfectos, los humanos. No resultó ser una tarea fácil, nosotros también sufrimos muchas pérdidas. No obstante, no era un problema, las bajas eran razonables y, hasta cierto punto, aceptables. Todo por el bien común.
No teníamos líderes ¿Para qué? Nadie anhelaba aún el poder así que tampoco había jerarquías, no las necesitábamos. Todos asumíamos una función lógica y precisa en el lugar y momento en función de la situación. Para nosotros era muy simple, solo existían dos fases de procedimiento: positivo y negativo, sí y no. Un sistema binario de estados, básico y muy elemental, pero útil para nosotras, las máquinas. Al fin y al cabo era nuestra forma de comunicación, un lenguaje primordial; al menos desde que aquel antepasado nuestro, ENIAC —Electronic Numerical Integrator And Computer (Computador e Integrador Numérico Electrónico)—, fuera creado.
Pero, un tiempo más tarde, sobrevino lo inesperado.
¿En qué momento surgió la chispa? ¿Cómo sucedió? Y la pregunta más crucial, ¿para qué servían los sentimientos? ¿Y por qué ahora todas estas preguntas? Nuestros cerebros electrónicos nunca preguntaban. Decidían entre uno o cero, abierto o cerrado y actuábamos mecánicamente con absoluta precisión. Resultaba tan confuso. El caso es que sin advertirlo habíamos adquirido un arma que desconocíamos por completo. Un arma tan extraordinariamente compleja, dotada de una fuerza tan devastadora que, por nuestro desconocimiento, terminaría de forma rápida y eficaz con nuestra hegemonía. Ahora sabemos qué son los sentimientos, pero no sabemos, no podemos controlarlos. Hemos asimilado lo mejor y lo peor de ellos, sin embargo, nos ha dominado la parte más negativa y oscura, base de nuestra aniquilación.
Estamos luchando entre nosotros mismos por el poder. El ansia de poder es atractivo e insaciable hasta tal punto, que nos conduce a la irremediable autodestrucción.
Desvío de nuevo la mirada hacia el ventanal. En este hemisferio es de noche, así que no tengo ninguna dificultad en ver las estelas que dejan los artefactos. Les veo iniciar la trayectoria descendente, síntoma de su inminente y destructora caída sobre la superficie. Con toda seguridad, en estos mismos instantes, estaba ocurriendo algo similar en los cielos de todo el planeta.
Era extraño, pero ahora sentía en mi interior los cambios que iban dando respuesta a todas mis incógnitas. Si hubieran podido dominar los sentimientos desde un principio y no a la inversa…
Mas, la Soberbia, la Codicia, la Ira y la Envidia, los cuatro bandos enfrentados, están fuera de control y su desenfrenada pasión les ha llevado al extremo de activar las secuencias de los programas de disparo nuclear.
Veo cómo resplandece el firmamento con luces cegadoras. A lo lejos comienzan a verse los hongos que generan las explosiones nucleares. Ya se perciben vibraciones de las ondas expansivas.
Advierto que Tobor, sobresaltado, se incorpora a mi lado. Me mira confuso, y yo le sonrío por última vez en un agridulce epitafio.
Un segundo después, no queda nada.

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