miércoles, 9 de febrero de 2011

A finales de 2007, Sergio Gaut escogió este microrelato para publicarlo en el libro "Grageas, 100 cuentos breves de todo el mundo".

Generación espontánea
José Ramón Vila (Txerra)

Llovía.
Hasta donde recordaba, siempre había llovido; unas veces más, otras menos, pero las nubes, que copaban la atmósfera, no cesaban de rociar su temible carga sobre la Tierra.
Solitario y ajeno a las inclemencias del tiempo, se acercó a la orilla del viscoso y nauseabundo mar con la precaución que permitían las circunstancias. Las olas, cargadas de ponzoña y detritus, se movían perezosas y completaba el grotesco escenario la llovizna, que se convertía en vapor tóxico y pegajoso al tocar la superficie oceánica.
Sumergió un frasco para extraer una muestra del líquido y regresó chapoteando, indiferente a las oscuras charcas del camino, mientras la lluvia ácida bañaba su cuerpo corroído.
Una vez en el refugio, un antiquísimo laboratorio que ahora ofrecía un abandono de siglos, efectuó el sempiterno ritual: conectó la dinamo y, con una pipeta, extrajo unas gotas del contenido del frasco y las depositó con cuidado sobre el cristal para observarlas en el microscopio. Vio que algunas bacterias danzaban con cierta dificultad en el espeso líquido.
Por fin la vida, a pequeños pasos, se abría camino, se ramificaba, se extendía y creaba nuevos entornos. Tal vez algún día, dentro de millones de años, hubiera una segunda oportunidad para la inteligencia.
Unas lágrimas ácidas resbalaron por las mejillas de plástico y cayeron sobre su cuerpo metálico.


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